Comencé a leer a Santiago Roncagliolo hace poco más de un lustro, cuando un domingo de verano, mi ex – novia se acercó a mí, me dio un beso en la mejilla y dejó un libro en mis manos.
— Ten, para que aprendas — me dijo.
[custom_image size=full align=left]Era «Abril rojo», la obra cumbre del autor peruano, una historia ambientada en los andes del Perú, en los años en que las montañas y el país entero estaba bañado por el rojo de la guerrilla popular. Devoré el libro en menos de dos días, entre la tarde dominical y los paréntesis del día en el transporte público, y me convertí en fan de Roncagliolo.
Con las ganas encima, decidí comprar «Tan cerca de la vida», título en el cual el autor escapa de ese perfil periodístico y social ( otra obra suya, «La cuarta espada», es un exquisito reportaje que habla sobre el genocida más peligroso del Perú, Abimael la Guzmán ) y se mete de lleno en la ciencia ficción y el thriller psicológico.
El instinto de narrador se deja ver en esta obra con la historia de Max, un ingeniero de software que viaja a Tokio para una convención de robótica. Lo que en un primer momento se inicia como un viaje de trabajo, se convertirá, a lo largo del libro, en un momento en el cual el protagonista, bajo el manto de la soledad, comienza a expiar culpas de la cuales no era consciente.
Es aquí donde la pluma de Roncagliolo comienza a saltar entre la realidad y la ficción de la mente. Y no en lo referente a personajes fantasmales, como la niña muerta que aparece a inicios del libro y es el punto de quiebre que remece los cimientos emocionales del protagonista, sino en los seres de carne y hueso que acompañan el desarrollo del conflicto: Mai, la camarera que se convierte en la confesora de Max; el organizador del evento, un hombre cuyo rostro refleja el misterio que esconde a sus espaldas. Ellos, que conforman la realidad en la que se mueve el protagonista, empiezan a dilucidarse como parte de sus devaneos.
A partir de este momento, la pluma de Roncagliolo comienza a saltar entre la realidad y la ficción de la mente.
El problema del libro empieza, también, a partir de este momento. Esa dualidad empieza a confundir al lector, que se diluye tratando de entender a los personajes que acompañan al protagonista porque no llega a conocerlos profundamente y no entiende cual es su papel en la historia de Max. Comienzan a aparecer situaciones intrascendentes que buscan crear el puente entre estos dos escenarios, pero sin éxito.
A lo largo de la novela, Roncagliolo no pierde su estilo narrativo, ese uso de las palabras que lo convierten en un escritor de interés. Sin embargo, y a pesar de que el libro muestra una trama y un escenario más que interesante, hasta incluso fascinantes, las ideas y conceptos no llegan a hilvanar bien la intención de la historia. Un salto al vacío hacia un mundo que al autor le es ajeno, y del cual no cae bien parado.