Hijos de nazis

Las personas, como hijos, a veces tenemos que cargar con pasados que no cometimos. Es decisión de cada uno realizar ese vía crucis, que implica mirar de frente a esa pena que nos llegó por herencia, o desviar la mirada hacia otro lado, para así intentar alejarla, ahuyentarla de forma definitiva de nuestro presente y futuro.

Personalmente, pienso que mirar de frente puede convertirse en un acto liberador, y nos ayuda a entender — mas no a excusar — aquellos errores que nuestros padres cometieron en su también otro rol: el de personas de carne y hueso, con soles y bemoles que desde el palco de la relación filial no podríamos entender. Hacerse a un lado nos permite comprenderlos desde esa rasgo que como personas, todos compartimos: la humanidad.

Pero, ¿qué sucede cuando tus padres carecieron de esta característica tan elemental?

Tania Crasnianski, autora de «Hijos de Nazis».

Es el tema principal que plantea el libro «Hijos de nazis», escrito por la abogada francesa Tania Crasnianski, en el cual nos muestra una serie de testimonios de los hijos e hijas de los principales líderes del Tercer Reich, quienes tuvieron que lidiar con el pasado nefasto que sus padres, impulsores del Holocausto, escribieron.

La premisa se plantea en las primeras páginas del libro, con el siguiente párrafo.

Cuando una herencia es tan siniestra, no puede dejar de influir, aunque se admite generalmente que los hijos no deberían ser responsables de la culpa de sus padres.

Y luego comienza a desgranar el pasado de personas como Göering, Himmler, Hess o Speer, desde la mirada de sus descendientes. Algunos son vistos por sus herederos como los personajes siniestros que han quedado para la historia, y otros los siguen considerando líderes inequívocos cuyo único infortunio fue haber perdido la guerra. Güdrum Himmler, Edda Göering o Wolf Rüdiger Hess nunca dudaron de sus padres, quizás un método de para conservar la autoestima.  Por otra parte, encontramos también formas histriónicas de lidiar con ese pasado, como el caso de Niklas Frank, que lleva a todos lados una fotografía del cadáver de su padre. «Me satisface el aspecto de la foto. Esta muerto», comenta,  siempre que le preguntan por la misma. O la tortura de la indecisión, como es el caso de Rudolf Mengele, que conoció la verdad en las postrimerías de la vida de su padre y tuvo la oportunidad de confrontarlo. Aunque siempre se abstuvo de acusarlo en público, trató de liberarse de esa herencia cambiando el apellido que le pesaba sobre la espalda.

El libro presenta una narrativa interesante con hechos históricos que pretenden explicar el devenir de los sentimientos de los hijos del tercer Reich. Explora también esa dualidad que poseían los líderes nazis, cuya vida como impulsores del genocidio judío no interfería en lo más mínimo con su labor de padres afectuosos y dedicados, lo que debe provocar que sus herederos tengan una tremenda incongruencia como base de su sistema emocional. Existe, incluso, un apunte que sorprende y que rompe el esquema del lector:

«Como padres, y con los suyos, la actitud de los nazis no solo era buena. Sino hasta recomendable».

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