Las campanas no doblan por nadie – Bukowski


En Aventura Literaria, la última semana nos decantamos por «Las campanas no doblan por nadie», del escritor Charles Bukowski. Fue una lectura por momentos torrida, aunque conforme avanzas con sus historias, el texto va pasando como si fueras a galope.

Si hubiera leído a Bukowski hace diez años, me hubiera dado un espanto. No porque sea un conservador, o por ese modo abyecto que tiene de escribir las palabras. El espanto hubiera sucedido por su estilo sórdido, su ritmo poco definido, esa voz de aguardiente barato que uno escucha mientras lee los relatos. Sin embargo, no es la primera vez que lo leía — ya había degustado «La máquina de follar» — y sus formas me parecían rompedoras.

Rompedoras con respecto a lo que leía: autores con una visión distinta de la vida, aunque también llenos de esa soledad congénita que parecen tener los escritores. Allí estaban García Márquez, Flaubert, Haruki Murakami, con un estilo más «correcto», sin improperios bien ensamblados, de situaciones míseras, de una vida de cloaca.

Bukowski es, en ese sentido, un privilegiado: convierte lo vulgar en literatura. Con escritos bien hechos, con un don especial para los diálogos, de preferencia monosilábicos. Con una prosa esquelética que deriva de Hemingway — el título, «Las campanas no doblan por nadie», alude a una de las novelas del americano — . Los personajes de Bukowski son marginales, pero no solo eso, sino también transgresores. Un pornógrafo con su novia, que discuten sobre una novela de Hemingway. Un día cualquiera en la vida de un dependiente de una tienda para adultos. La pornografía, lo obsceno. «Pedos, pajas y cagadas». Y Henry Charles «Hank» Chinaski, el eterno alter ego de Bukowski. Que no es más que Bukowski mismo, sin necesidad de acentuar.

Lo sórdido convertido en literatura

Ese formato irreverente, de palabras poco nobles y un amor podrido, de inseguridades continuas, de violencias recíprocas, tiene un sentido. Lo que el autor intenta es reflejar a través de su propio lenguaje una cruel realidad del mundo moderno: la redención del amor está amenazada. Y utiliza la literatura para poner el tema sobre la mesa, un tema en el que la literatura y las mujeres son pivotes constantes en sus relatos.

Charles Bukowski - Retrato - Aventura Literaria

¿Por qué Bukowski siente que el poder redentor del amor está en peligro? Porque lo ve al lidiar consigo mismo, al intentar dominar esos belcebúes psicológicos que lo persiguen y no lo dejan en paz. Busca someterlos con el sexo, la pasión, el amor romántico, pero todos estos remedios alivian algunos síntomas momentáneamente, pero el mal sigue en el cuerpo. La redención del amor lo toca momentáneamente, como una brisa antes de la tormenta, pero luego lo abandona dejándolo con una resaca. El patetismo, la farsa, la tragedia, la satirización de las relaciones y los hombres llegan casi a un absurdo con el cual pretende justificar su propia desdicha, repetida una y otra vez en sus libros. Pero cada vez le cuesta más levantarse de esas fuertes resacas.

Las campanas no doblan en todos los relatos

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En «Las campanas no doblan por nadie», Bukowski nos deja varios relatos de interés, pero otros fácilmente desechables. Bukowski deja algunos inconclusos, como en «Tal como aman los muertos»; y en otros el lector se queda con ganas de más, porque un final desprevenido da por terminada una historia que en realidad no había terminado. Entre los relatos notables están «El pabellón de chiflados», en el que Bukowski como él mismo — sin alter-egos de por medio — se interna en un psiquiátrico para lidiar con sus adicciones. Un escape, una pelea y un loco suelto por la calle amenan la trama.

«Un día en la vida de un dependiente de una librería para adultos», en la que nos cuenta los padecimientos de un chico poco hecho que lidia con clientes excéntricos durante su jornada de trabajo. «El avión es el medio de transporte más seguro», en el que se juntan dos secuestradores pervertidos, una tripulación violada y dos extraterrestres con extremas ganas de sexo.


«Las campanas no doblan por nadie», de Charles Bukowski, no es un libro diez. Digamos que es un siete. Y gracias a él conoces un poco más al autor, te vas dando cuenta de las características de su discurso y te ríes, por momentos, con las grandilocuencias y enredos sexuales de «Henry» Chinaski, su alter ego, que es igual de salvaje y lúbrico que su creador. Es un libro, en suma, que divierte siempre y cuando el lector vaya sin ninguja ojeriza y prejuicios literarios, sexuales y sociales encima.

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