Plata como cancha


Estoy leyendo el libro que le da nombre a este post, «Plata como cancha», sobre la vida tras bastidores del ex-candidato presidencial al Perú, César Acuña. Lo que encuentro me eriza. No por los millones de los que se habla: admiro a las personas que han sabido aprovechar los años para cosechar sumas que les permite vivir holgados económicamente. El proceder que usó el empresario para llegar a ello me asusta, me deja obnubilado. A pesar de que, sabiendo que eso ocurre en el Perú, no me debería sorprender.

Me asusta más la condena al autor y editor del libro, noticia que fermenta en las redes sociales en estos días. Que provoca desgarros coherentes y silencios equívocos. El Perú nunca deja de sorprender: Las artimañas llegan a tocar hasta al que parecía más intachable.

Viveza como cancha

Sigo leyendo el libro y me doy cuenta que en realidad es más de lo mismo en el Perú. Es el reflejo de la sociedad peruana, la precariedad de nuestras actitudes, y la enaltación tan avergonzante que tenemos de «el vivo de turno». Porque, según el escrito, el ex-candidato a la presidencia llegó a tocar alto actuando desde la debacle moral que nos caracteriza, pasándose por debajo toda la legalidad posible. Lo que asusta no es lo que se lee. Es saber que no aprendemos. Y enfatizo el nosotros porque muchos quieren hacer ajena esa actitud, pero todos, ya sea por exceso o por defecto, la tenemos encima. Y el libro nos refleja, en mayor a menor medida, a nosotros. Porque refleja al día a día del Perú.

La cadena que nos ha tocado llevar como país es bastante pesada. La actitud pendenciera que se describe en «Plata como cancha» forma parte de nuestro ADN y se impregnó en nosotros desde que izaron la bandera para declararnos independientes. Y todavía no nos duele lo suficiente para darnos cuenta. Porque las fallas de origen, lamentablemente, se resuelven con dolor.

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