Cuando encontré «Ensayo sobre la ceguera», ya conocía a José Saramago gracias a obras como “Caín” y “El hombre duplicado”, que leí durante los años universitarios. No fueron libros de mi devoción, sin embargo, me es muy difícil que no a un premio Nobel. Y siempre vuelvo a intentar con alguna de sus obras, para poder decir sin temor que me había equivocado.
Digamos que con “Ensayo sobre la ceguera”, mi visión sobre el autor portugués ha cambiado. Supongo que los años te ayudan a apreciar de otra forma los libros, y este ha logrado en mí una sonrisa de satisfacción. La historia , provoca sobresaltos, porque cuenta algo que a primera vista parece inverosímil, pero que al ir cogiendo forma se convierte en una realidad plausible. Incluso, se puede comparar con los tiempos que corren. El covid nos tiene encerrados ya más de un año. Y a pesar que no termina de parecer real, sabemos muy poco sobre esta enfermedad invisible.
Pandemia nacional
Porque así comienza la historia de Saramago: con una enfermedad que no ningún sentido. Primero, parte de una irrealidad verosímil: un hombre en su auto levanta los ojos y queda repentinamente ciego. Se sume en unas tinieblas blancas, una especie de mármol delante de sus ojos. Agobiado, se baja del coche a tientas y comienza a pedir ayuda. Unos cuantos curiosos se acercan a ayudarlo, sin saber que en las próximas horas correrán la misma suerte. Solo uno se ofrece a llevarlo a su casa, en su coche, y aunque al principio hay desconfianza por parte del ciego — ¿Quién es este hombre que se presta a ayudarme? — pronto se da cuenta que no tenía otra opción más que confiar, porque ya no es un hombre que ve .
El hombre es llevado a su casa, y el sanmaritano lo deja y toma como recompensa el coche. Grande será su sorpresa cuando, al querer arrancarlo, se ve sumido él también en tinieblas y repite lo que ya se había escuchado — “Estoy ciego” — dice, y comienza a maldecir al que inició todo ello. Se baja del vehículo como puede y se encuentra con un policía, a quién le cuenta la inverosímil historia. El policía se quedará ciego unas horas después.
Y así continúa «Ensayo sobre la ceguera»: la visita al consultorio de un oculista, diez invidentes más. El regreso a casa de cada uno de ellos, cuatro invidentes más. El porcentaje va creciendo. El gobierno se entera e intenta poner freno a esa enfermedad confinando a los ciegos en un antiguo sanatorio, pero la peste ya estaba por las calles, paseando a su gusto saltando de vista en vista de quienes todavía veían.
Ensayo sobre la ceguera: oprimidos y opresores
Hay dos episodios de interés en el libro. Primero, la reclusión en el sanatorio de todos los que habían quedado ciegos o aquellos que habían tenido algún contacto con ellos. En medio de la desgracia, los instintos entran en ebullición, y el hombre hace, como se sabe, lo contrario a lo que debe hacer: en vez de cooperar entre ellos, comienzan las disputas.
Aparece entonces un malandro que a pesar de su ceguera, se mantiene diestro en las fechorías. Junto a un grupo de secuaces, se apropia del lugar, controlando las provisiones y exigiendo cupo a los demás internos. Las mujeres se ven obligadas a prostituirse para que ellas y sus hombres puedan comer, y estas situaciones extremas van haciendo metástasis en los distintos grupos, sacando lo peor de cada uno: Saramago nos muestra, mediante estas escenas, que la supervivencia es la mejor forma de desnudar la naturaleza humana.
Pero, en medio de toda esa miseria, aparece una luz al final del túnel: una de las recluidas ve. Fingió la ceguera súbita para acompañar a su marido, y ahora ella comanda al grupo que logra sobrevivir a toda esa situación. Está esperando con paciencia que su visión se torne blanca, algo que por algún motivo, el narrador nunca permite. La providencia le dio la gracia de dirigir a esos hombres y mujeres sin vista y de vengar los maltratos de aquellos que, aunque estaban ciegos, no dejaban de ser delincuentes.

La ceguera que se va
Por fin, llegan a una casa y se van creando nuevas alianzas. Personalidades opuestas se vuelven afines, el romance a ciegas surge y, a pesar de todo, alguien comienza a reír. Fue entonces cuando el primer ciego, el caso cero, se levanta un día y dice: “puedo ver”. Los demás piensan que la falta de visión y el estrés le están comenzando a provocar delirios, pero no, es cierto. Ve. Cada uno comienza a ver nuevamente. La enfermedad repentina realiza su retirada de la misma forma, sin explicaciones y dejando muchas conjeturas. De un momento a otro, todos vuelven a ver, con excepción de una, que siempre vio. Y lo que encuentran es un mundo en el que hay que renacer.
«Ensayo sobre la ceguera» nos arroja a las ciénagas de la miseria humana que se revela en la actitud de los personajes. Todo es válido por la supervivencia, y en medio de una desgracia que no distingue, siguen habiendo opresores y oprimidos. Saramago nos dice, con su libro, que al hombre no le bastan las desgracias para dejar salir su humanidad.