«Las Entrevistas de Nüremberg» de Leon Goldensohn es uno de los mejores libros que leí el año pasado. Mis amigos del antiguo trabajo me sorprendieron con este regalo, que me lo dieron a modo de despedida cuando dejé sus oficinas.
¡Qué acertados estuvieron con mis gustos! ¡O qué amor a los libros debo tener que lo pregono sin descaro! El hecho es que cuando lo tuve en mis manos, no pasó más de una semana hasta que termine de leerlo. Cubre un tema trascendental de la Segunda Guerra Mundial: las entrevistas que el psiquiatra Goldenshon les hace a los nazis capturados y condenados al patíbulo.
El libro nos devela, a través del género de la entrevista, la miseria moral en la cual se encuentra sumido el pensamiento Nazi. Y lo hablo en presente, porque todavía existen grupos que idolatran esta ideología. Sin embargo, no lo hace desde un análisis subjetivo, o desde la simple concatenación de hechos históricos. Por el contrario, les da tribuna a los entrevistados, artífices del Holocausto, para que expliquen su versión de los hechos.

Las entrevistas en las celdas de Nüremberg
Desde esa tribuna, personas como Göering, Kaltenbrunner, Hess o Hans Frank, así como Streicher, nos muestran la base de su falta de conciencia. De esa ausencia de humanidad que intentan disfrazar con palabras, pero que supuran con pequeños gestos, reacciones incoherentes con respecto a lo que afirman. El cuerpo hablaba más que sus palabras.
Estos personajes aquí tienen voz. Por ejemplo, Streicher, director del diario Der Stürmer, uno de los principales arsenales del antisemitismo en la sociedad alemana, ante la pregunta si sentía algo de culpa por la muerte de seis millones de judíos, contestó con un gesto de risa y sarcasmo.
» ¿Por qué? Yo no tuve nada que ver con eso».
El común de todos los perfiles es el de mostrar una culpabilidad ficticia. No es honesta y necesaria ante tales atrocidades, sino es aquella que siente, o pretende sentir, quien está acorralado. Es el arrepentimiento anodino de quien se sabe perdedor: soy culpable porque he perdido.
Hanna Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén, nos habla de la banalidad del mal. Acuña este término para explicar la simplicidad con la que la maldad puede invadir a una sociedad desprotegida. Goldenshon nos confirma, con Las Entrevistas de Nüremberg, el origen de esa miseria.